Frase del día

There are four imperatives for leaders: they must inspire trust, clarify purpose, align systems and unleash talent Stephen Covey

martes, 21 de abril de 2009

El error de Hitler

Lejos de ser un profundo conocedor de los entresijos de la Segunda Guerra Mundial, voy a tratar de hipotizar sobre un designio paralelo de la contienda, que considero hubiese sido plenamente plausible, y hubiera configurado un orden mundial muy distinto.

La historia nos ha enseñado que posiblemente, la mejor manera de vencer en una guerra, es prepararla sobreponderando la posibilidad de la derrota. Ejemplos existen muchos, especialmente, siguiendo la composición del Imperio Británico, desde la victoria frente a las fuerzas españolas comandadas por El Duque de Alba y Felipe II, hasta la batalla de Trafalgar, o la conquista de la India.

Ahí nace el mayor error que cometió Adolf Hitler. Su obsesión mesiánica, suprahumana, casi mística, le llevó a pensar que él no podía perder, ya que no era un hombre, sino una suerte de semi Dios. En sus diarios de la Primera Guerra Mundial (fuente de su obra Mein Kapf), se relata como atrincherado junto a otros soldados en un frente, Hitler escuchó unas voces que le llamaban. Tras la insistencia de éstas, decidió acudir, desplazándose unos metros. A los pocos segundos, un obus caía justo en el punto que acababa de abandonar, requerido por las voces, cuya explosión acababa con el resto de los miembros de su unidad. Fue cuando comprendió que contaba con la protección de los dioses.

Poco hubiera importado haber nacido en Braubrau, en la frontera entre Austria y Alemania a finales del siglo XIX, o en una pequeña isla del Pacífico en el siglo XI. Todo el ideario Nacional-Socialista, con su componente racial y antisemita, era secundario. Hitler hizo todo lo que hizo, no con la convicción de estar salvando a su Patria de las que él consideraba las opresoras hordas judías, sino simplemente, para cegar su ambición, y demostrase a sí mismo, a la humanidad y, posiblemente, a los Dioses a los que creía representar, que él, Adolf Hitler, era el nuevo Jesucristo.

Al principio, esta fe inquebrantable le funcionó. Su estilo de Guerra Relámpago sirvió para doblegar Europa Oriental y Francia en un suspiro, y para comenzar sus estrategias en el Norte de África. De haberse detenido en ese punto, haber reflexionado, y haber sabido replantear la situación, sobre los triunfos cosechados por Alemania hasta esa fecha, la historia hubiera sido muy distinta. Podría haber llegado con facilidad a algún tipo de acuerdo con la Inglaterra de Chamberlein, e incluso, podría haber llegado a vencer a Rusia con la ayuda de Japón, que podría haberla atacado desde el frente Este, formando una pinza letal. Podría, de esta manera, haber cosechado la mayor victoria militar de la historia.

Pero eso era poco para un Dios.