Llega el mes de abril y empieza la fase final de unas las competiciones deportivas más emocionantes del planeta, los playoff de la NBA, con lo que los aficionados al baloncesto estamos de enhorabuena. ¿De verdad lo estamos?
Durante años, los españoles hemos mirado a la NBA como los simples mortales miran hacia el Olimpo de los dioses. Mates estratosféricos, canastas imposibles, e incluso anotaciones individuales mayores que las de equipos de la ACB. Pero, aparte de las tres mejores jugadas de la jornada, las personas que aman este deporte miran hacia esta época con una resignación cada vez mayor. La NBA busca el espectáculo por encima de todo, y si para ello, se tiene que llevar el baloncesto por delante, que así sea.
Llegado el momento de la verdad, en vez de ver el mejor baloncesto del mundo, somos espectadores de lujo de cómo la realidad nos golpea en toda la cara. El baloncesto en la NBA está al borde de la extinción. Y señores, el causante de esto tiene un nombre, y ese nombre es David Joel Stern.
En su afán por hacer de la NBA el mayor show, el “alto comisionado” ha convertido este bello deporte en un circo, y lo peor de todo es que nosotros contribuimos a ello.
Cada vez que Dwyane Wade anota 60 puntos en un partido, se le eleva al umbral de leyenda.
Cada vez que en un deporte de equipo, participan siete jugadores en un partido con dos prórrogas, se dice que los “gurús” de los banquillos saben lo que hacen.
Cada vez que los árbitros permiten que se reparta más estopa que un combate de boxeo, se dice que es un deporte de hombres.
Y yo me pregunto, ¿de verdad esto favorece al espectáculo?
Las personas de mi generación hemos tenido la suerte de coincidir con el momento más dorado del baloncesto español.
Situación: Olimpiada de Pekín, 2008.
España, un conjunto claramente inferior a USA, con un juego digno del showtime de los Lakers, estuvo a punto de batir al mejor equipo de todo la competición; y lo hubiese conseguido de no ser por el arbitraje (pero ese es otro asunto).
Y la gente se preguntará, ¿cómo es eso posible, que un “humilde” equipo pueda batir a las superestrellas de la todopoderosa NBA? Muy sencillo, jugando al baloncesto.
Los niños ya no quieren llamarse Lebron James, “tan sólo” quieren volar como Rudy Fernández.
Il Basso
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