En el llano y bajo techo se ve todo muy bonito. Sin embargo, cuando nos aventuramos, en nuestro afán de montañero aficionado (extremadamente aficionado, me atrevería a decir) a subir alguna montaña de la Sierra o de Los Pirineos, nos damos cuenta de que la lluvia, los truenos y el frío dejan de ser simples fenómenos molestos para pasar a ser verdaderas amenazas contra nuestra seguridad. Si esto ocurre a 2500 metros, imaginaos que será cuando te ves sorprendido por una tormenta a mas de 8000 metros… Bueno, pues esto es lo que ocurre a menudo en las portentosas cordilleras de Asia Central, y la causa principal de lo que se llamó la Tragedia del K2, ocurrida en 1986…
El K2 es una montaña que se encuentra en la frontera de 3 países: India, China y Pakistán. Con sus 8611 metros de altura es la segunda montaña más alta de la Tierra, solo por detrás del Everest. Sin embargo, en el mundillo de la alta montaña, goza de mucha más fama que ésta última, debido a la horrenda e imprevisible climatología que azota al K2 durante todo el año y a lo complicado de su ascensión. Basta decir que el Everest ha sido escalado por 2238 personas mientras que en el K2 esta cifra se reduce únicamente a 246.
Situada sobre el glaciar Baltoro, en un valle rodeado por 6 de los 18 picos más altos del mundo, la cima del K2, como ya se ha comentado, es extremadamente compleja. Esta dificultad viene motivada por su forma de pirámide con vertientes constantes y de gran pendiente en todos sus lados. La cara norte es la más empinada: se alza 3.200 metros desde el Glaciar Coger en solo 3 kilómetros de distancia horizontal.
En el resto de las vertientes se elevan 2.800 metros en menos de 4 kilómetros. Un grado de pendiente en todas las direcciones de la montaña que no tiene parangón en el mundo. La forma piramidal de su cumbre, hace que el ataque final a la cumbre sea de escalada, por un terreno muy empinado de hielo y roca, a diferencia del Everest que se llega caminando. La dificultad técnica ha hecho que muchos pierdan la vida en el descenso.
Fue escalada por primera vez en 1954, por una expedición ítalo – pakistaní. A mediados de los años 80, en el boom del alpinismo mundial, la ascensión al K2 se populariza y los permisos corren como si se tratase de la ascensión a la Pedriza. Así pues, a comienzos de Agosto de 1986, ya habían fallecido 6 montañeros en su intento de subir y bajar al K2 sanos y salvos.
La casualidad, el destino o simplemente el afán de conservar el orgullo y no salir derrotados moralmente hacen que se junte un grupo formado por 7 personas, austriacas, inglesas y polacas en el campo IV del K2 tras desgajarse de sus respectivos grupos, que habían abandonado el ascenso debido a las duras condiciones atmosféricas. Justo un día antes, una expedición “industrial” (por su tamaño y métodos) proveniente de Korea, había hecho cima en media de un día sorprendentemente cálido y tranquilo. Al día siguiente, 4 de Agosto, las condiciones habían empeorado y se esperaba tormenta, pero en lo que puede parecer una decisión imprudente, motivada sin duda por la cercanía de un sueño vital y un desafío humano irrenunciable para algunos, el grupo de los 7 decidió intentar la cima.
Los primeros en intentar la hazaña fueron el inglés Alan Rouse, afamado escalador británico y la polaca Dobroslawa Wolf, que pronto fue perdiendo fuerzas con respecto a Rouse, que se distanció a la cabeza. Fue alcanzado tiempo después por los austriacos Willi Bauer y Alfred Imitzez, y juntos alcanzarían la cima a las 16:00. En el descenso, recogieron a una extenuada Wolf, que, al límite de sus fuerzas fue “obligada” a abandonar el ascenso cuando se encontraba a tan solo 200 metros.
En el descenso al campo IV, se encontraron con Kurt Diemberger, una autentica celebridad en el mundo del alpinismo, que con 54 años, se disponía a llegar a la cima de uno de los pocos ochomiles que le faltaban en su haber. Junto a él, la inglesa Jullie Tullis, compañera de montaña de este último. Pese a ser ya tarde para atacar la cima, armándose de valor consiguieron llegar a eso de las 19:00 de la tarde, en lo que parecía un final feliz a tan arriesgada apuesta. Tras cinco minutos en la cima, emprendieron el descenso, y a poca distancia de la cumbre, Tullis pierde pie y cae arrastrando con ella a Diemberger, en un frenético descenso por una pared inclinada de hielo que les conducía irremediablemente hacia un precipicio. Milagrosamente, pudieron parar antes de caer por él y por miedo a una nueva caída, pasaron la noche a la intemperie, en medio de una tormenta cada vez mayor, a 8330 metros y con temperaturas muy inferiores a cero grados. Al amanecer, la tormenta se encontraba en su apogeo y Tullis presentaba congelaciones, pérdida de visión y edema cerebral, a pesar de lo cual, Diemberger fue capaz de cargar con ella y llegar al campo IV, donde se encontraron con el resto de la expedición. Todo parecía salvado, pero el campo IV presentaba unas condiciones lamentables, con vientos de más de 150 km/h, nieve constante y gélidas temperaturas. La tienda de Tullis y Diemberger salió volando y tuvieron que hacinarse en únicamente 2 tiendas.
A la mañana siguiente, y tras pasar las peores horas de sus vidas, se levantaron solo para comprobar que Tullis había fallecido por congelación y edema cerebral. Sin nada que comer o beber (no había combustible para hacer fuego y derretir la nieve para beber, y debido a las temperaturas ésta no se derretía en la boca de los expedicionarios), durante 3 días la tormenta permaneció sobre sus cabezas, debilitando aún más la ya de por si mermada salud física y mental de los 6 supervivientes (en el campo IV se encontraba el también austriaca Hanner Weiser, que había permanecido sin subir a la cima).
Tras 5 días de intensa nevada, los copos dejaron de caer, y aunque con temperaturas por debajo de 30ºC bajo cero y vientos constantes, el cielo se abrió. Era el momento. Su última oportunidad. Los cuatro austriacos (Diemberger, Bauer, Imitzer y Weiser ) y la polaca Wolf se decidieron a salir. Rouse se encontraba en un estado semicomatoso que hacía imposible su evacuación. No podía moverse y la extrema debilidad del resto del equipo les impedía llevarle con ellos. Fue dejado atrás, recostado plácidamente en su tienda, esperando la fría y oscura llegada de la muerte.
Tras cien metros luchando por abrir una vía entre la nieve caída, Weiser e Imitzer se derrumbaron. Incapaces de seguir, y con pérdida total de visión, se rindieron entregándose al frío y al cansancio. Bauer, Diemberger y Wolf continuaron, pero Wolf se quedo retrasada y desapareció de la vista del par de cabeza. Días después fue encontrada al pie de la montaña, despeñada al soltarse de una cuerda de fijación.
Los dos únicos expedicionarios restantes, en graves condiciones físicas, por fin arribaron al campamento III, situado a 7350 metros, encontrándolo destrozado por una avalancha. Continuaron hacia el campo II, a 6400 metros, donde, ya de noche, encontraron comida, gasolina y cobijo. Al día siguiente, ya por la noche, Bauer consiguió llegar al campo base como si fuera una aparición, tambaleándose, medio muerto, con pérdida de visión y con horribles congelaciones en todas las extremidades. Incapaz de hablar inteligiblemente, consiguió comunicar que Diemberger vagaba aún con vida a medio camino entre el campo III y II y fue rescatado entre horribles congelaciones y delirios, agarrado a una de las cuerdas que le hacía de guía.
Bauer y Diemberger fueron los únicos supervivientes de una expedición de 7, aunque sufrieron amputaciones y meses de recuperación. A día de hoy, Diemberger, tras ser horriblemente criticado por abandonar a Rouse a su muerte (fue desde medios ingleses, juzgue el lector si dicho abandono fue justificado o no, yo no tengo ninguna duda), es una leyenda mundial del alpinismo, único escalador vivo con 2 primeras cumbres en su haber. Plasmó esta terrible historia en el libro
K2: El nudo infinito, un libro de cabecera para cualquier montañero que se precie.
Freddy Esterkovich.